La Nación - 29 de junio de 1936 |
Especial de La Nación
París, 28.- Traigo de Londres una impresión clara del deseo del gobierno británico para que la Asamblea de la Sociedad de las Naciones, convocada a solicitud de la Argentina, reserve por ahora su opinión sobre el reconocimiento de la anexión de Etiopía y de largas al asunto aplazándolo hasta la reunión de septiembre, con esperanzas de que habrá intervenido para entonces algún acuerdo directo entre los países interesados en el pleito.
París, 28.- Traigo de Londres una impresión clara del deseo del gobierno británico para que la Asamblea de la Sociedad de las Naciones, convocada a solicitud de la Argentina, reserve por ahora su opinión sobre el reconocimiento de la anexión de Etiopía y de largas al asunto aplazándolo hasta la reunión de septiembre, con esperanzas de que habrá intervenido para entonces algún acuerdo directo entre los países interesados en el pleito.
Esos principios, divulgados en Europa en esta coyuntura, están bien, y todo el mundo lo reconoce. Lo que se discute en Londres es la oportunidad de invocarlos en estas circunstancias y sobre todo después que Sir John Simon, en su discurso del martes en la Cámara de los Comunes, reveló cómo ha contribuido la Argentina en aplicación de sanciones al agresor cuya política condena. Y agregó textualmente: "La Argentina en marzo de 1935 - según cifras publicadas por la Sociedad de las Naciones - importó mercaderías italianas por valor de 811.000 dólares oro, mientras que en marzo de 1936, es decir, en pleno régimen de las sanciones 883.000 dólares oro".
Esta revelación, que provocó hilaridad en la Cámara y que es en el fondo una acusación implícita de deslealtad a la Sociedad de las Naciones, podría aplicarse también a otros países sancionistas, y si el orador se limitó a citar a la Argentina debe ser porque en vísperas de la convocatoria de la Asamblea "para sustentar los principios elevados del derecho internacional" su caso le pareció el más significativo para poner en relieve cierta falta de lógica jurídica.
Sea como fuere, lo cierto es que el gobierno británico desea evitar a toda costa que esa declaración de principios que se propone hacer el martes la delegación argentina en Ginebra origine un debate peligroso, cuyas consecuencias en estos momentos de tensión internacional podrían ser muy graves. Por eso hay que tener mucho cuidado con lo que se dice en Ginebra, donde los delegados argentinos tendrán que andar con pies de plomo.
Aquí en París se teme que si la Argentina plantea abiertamente su tesis del no reconocimiento de los territorios conquistados por la fuerza, y si se adhieren a ella las otras naciones de América o de Europa para fundar una moción, el debate alcanzará una amplitud insospechada, y aunque se mantuviera en el terreno doctrinal sería tal vez suficiente para impedir o aplazar la reincorporación de Italia a las actividades de la Sociedad de las Naciones, que es lo que todos desean.
Entiéndase bien que si París y Londres no están dispuestos a reconocer por ahora la anexión etíope, tampoco quieren pronunciarse categóricamente en Ginebra contra esa anexión. Renuncian ambos países al mantenimiento de las sanciones por razones de orden práctico, puesto que se han demostrado ineficaces, y de orden táctico, puesto que esperan con ese gesto facilitar la presencia de Italia en el seno de la comunidad europea.
Pero, si suprimido el obstáculo de las sanciones se alzara otro mayor, promovido por el no reconocimiento de la anexión etíope, la diplomacia franco-británica no podría aprovechar la reanudación de las relaciones comerciales con Italia para entablar en Roma una negociación constructiva. Así razona, en suma, el realismo europeo ante la inevitable liquidación del pleito ítalo-etíope. Si el Negus no se hubiera fugado, otro sería, ciertamente el rumbo de la política continental.
Lo que inquieta en este momento a las Cancillerías de París y Londres es, pues, que la Argentina - con muy buena intención, pero sin objeto práctico, puesto que no tiene en este pleito ningún interés que defender - pueda cruzarse en el camino de la liquidación pura y simple del conflicto que ha envenenado a Europa. Tanto más, que si para algunos miembros de la Sociedad de las Naciones ese país aparece de repente metido a redentor, otros - tímidos o prudentes - pueden aprovechar la ocasión que les brinda la Argentina para decir también lo que tienen entre pecho y espalda. Méjico o el África del Sur, por ejemplo, podrían acoplarse a la tesis argentina y arrastrar consigo a otras naciones en una romántica cruzada en defensa del derecho en el orden internacional. Todo lo cual no evitaría que Abisinia desaparezca del mapa, y, en cambio, induciría a Italia a jugar nuevamente la carta de la intransigencia.
En un asunto que afecta la política exterior de la Argentina y sobre el cual la opinión del país parece dividida, el cronista tiene que limitarse a reflejar las impresiones recogidas directamente en los medios parlamentarios de París y Londres. Y repite, con pleno conocimiento de causa, que es preciso tener sumo cuidado con lo que se dice en Ginebra.
Será el Sr. Cantilo quien hable en nombre de la Argentina y no el doctor Malbrán, a cuya antigüedad diplomática la correspondería la jefatura de la delegación, pero lo mismo da, puesto que la delegación argentina hablará al dictado de Buenos Aires, a cuyo efecto se la ha transmitido el texto integro del discurso. Es, pues, esa cancillería, como corresponde en tan grave trance, quien asume íntegramente las responsabilidades ante el tribunal de la opinión.
Fernando Ortiz Echagüe
Publicado en el periódico diario La Nación, Buenos Aires, 29 de junio de 1936
Gentileza de la oficina del EABIC en Argentina