15 de Febrero de 1962
Estamos complacidos con el discurso que comunicó ayer nuestro Primer Ministro, en nombre de nuestros ministros y nuestro pueblo concerniente al fallecimiento de Su Majestad Imperial Itegue Menen, en el cual adecuadamente describió la bondad y virtudes de la Emperatriz.
Todos ustedes la conocieron muy bien, no obstante, yo la conocí más íntimamente. Ella era devotamente religiosa y no perdió su fe aún en épocas de infortunio.
Durante los inolvidables días de nuestro matrimonio, nunca tuvimos diferencias que necesitasen de la intervención de otras personas.
Nuestros deseos eran iguales hasta que fuimos separados por el Todopoderoso.
Los Emperadores de Etiopía con sus nietos |
Estamos sumamente agradecidos de haber vivido el tiempo suficiente en perfecta armonía, lo que nos permitió ver nuestros hijos, nuestros nietos y bisnietos. Estamos agradecidos al Todopoderoso por habernos concedido esa larga y perdurable armonía, que no es muy común en el mundo de hoy. No existe una oración más profunda que yo pudiese expresar.
A pesar de nuestros mejores esfuerzos por salvar su vida durante su enfermedad, fue vencida por el destino de Adan y falleció.
Nosotros no podemos desaparecer de la presencia del Todopoderoso, ni podemos darnos el lujo de ser ociosos. Ahora que ha terminado el periodo de luto, la gente y nuestros funcionarios deben regresar a atender sus deberes. Como la ociosidad es perjudicial para el bienestar del país, a partir del lunes todos deben regresar a sus trabajos.
Un gran numero de personas han venido desde las provincias para acompañarnos en nuestra aflicción. Puesto que no deseamos que continúen viniendo, debido a que esto interrumpirá la vida normal del país, seria mejor que ellos enviasen dos o tres representantes con una carta.
Estamos profundamente emocionados por las expresiones de dolor tanto de parte de nuestro pueblo como de las comunidades extranjeras.
Esta no es la primera vez que el pueblo se ha unido a nuestro luto. Cuando nuestro querido hijo, el Príncipe Makonnen falleció, ellos expresaron su dolor no en menor medida que nosotros mismos. De su propia voluntad ellos han contribuido a erigir un monumento en su honor. Le rogamos al Todopoderoso que los premie por sus acciones.
Cuando estuvo enferma, la gente siguió los acontecimientos por radio y compartieron nuestra angustia. Por su infatigable ayuda, estamos en deuda con los doctores y enfermeras personales de la Emperatriz. Que las lagrimas que hoy derramamos sean aceptadas por Dios como el precio por la paz en Etiopía y el mundo.
Su Majestad Imperial Haile Selassie I