domingo, 15 de febrero de 2015

Haile Selassie, el combatiente

24 de diciembre de 1960

No se podría asegurar rotundamente que la personalidad del emperador de Etiopía, Haile Selassie, León de Judá y Rey de reyes, desplazara en la opinión pública de España un gran volumen de simpatía; y aún menos de admiración.

Circunstancias históricas que no hay para qué recordar, episodios de la vida internacional que ya no son sino memoria casi lejana, determinaron movimientos y reacciones de la opinión pública española que no coincidían con los puntos de vista del emperador abisinio y de sus partidarios. Aquello pasó. Y el tiempo ha traído nuevas emociones.

Pensamos que, de ahora en adelante, el nombre de Haile Selassie puede resonar entre los españoles con acentos simpáticos. El valor sereno en las horas difíciles, la resolución de combate en circunstancias adversas, la voluntad de victoria cuantío todas las campanas parecen que doblan a derrota, el espíritu de sacrificio sin desaliento posible, y sin tasa ni cupo, mueven los sentimientos profundos de nuestro pueblo. El soberano etíope acaba de ser protagonista victorioso de un drama de dignidad y de valor, de lealtad y de vida o muerte.

Su régimen, ¿está corrompido, como sostienen desde la acera de enfrente? -No lo sabemos, ni entraremos en ello; porque en tal proceso no somos fiscales; y mucho menos jueces. Allá los etíopes con sus criterios cardinales, como hubiera dicho don Antonio Maura. Nosotros comentamos hoy los modos; únicamente los modos.

A millares de millas de su país y de su palacio, separado de Abisinia por el inmenso Atlántico, viajero y peregrino el monarca por tierras del Brasil, recibe la noticia de que un alzamiento militar, apoyado por su propio hijo, según parecía desprenderse de los primeros sucesos, y respaldado por los "rases" más influyentes del país, le había expulsado del trono, dejándole sin corona, sin poder, sin privilegios. He aquí que se pensaba ya en una triste errabundez de un "león de Judá" sin melena leonada; en un largo y mortal destierro del "rey de reyes", perdido el cetro y entregado a la risible burla de sus enemigos. ¡Abisinia! Y allá lejos, muy distante, perdida en un horizonte brasileño sin esperanzas, la soledad del guerrero derrotado, mientras en Addis Abeba celebraban su triunfo los banderizos triunfantes. ¿Qué hacer?

En menos tiempo del necesario para pensarlo, afrontó la amenaza y decidió el rumbo. Había terminado para él todo lo que no fuera combate, riesgo, desafío, espada... Un avión, rumbo a la patria que parecía perdida. ¿Le llamaban a guerra? ¡Guerra tendrían! Sólo quedaba un secreto por descifrar: el de si Haile Selassie contaba o no con alguna parte de su pueblo; y si sus partidarios y amigos estaban dispuestos a morir por el Emperador. (¡Como en las estampas napoleónicas!). Para el monarca no había tal secreto. Sus partidarios eran leales y valerosos. Combatió, pues, con riesgo de muerte y ha vencido. No se le ha ocurrido preguntarse si sería duro o blando el combate. Ni dijo aquello, tan conocido, tan magnánimo y tan bello, pero tan peligroso, de "no deseo que por mí se derrame una sola gota de sangre", como se ha pregonado muy recientemente en más de un país. Creyó que su presencia en el trono importaba a la causa nacional de Etiopía, y no se entregó a más cavilaciones.

¡Buen ejemplo para tantos y tantos gobernantes que, mientras viven bajo un sol radiante de felicidad, suelen ser todo decisión y energía! Mas apenas se enturbian los horizontes y hay que jugar dados difíciles, abandonan su campamento, y con el campamento el poder, y con el poder el pueblo que les acompañaba, y con el pueblo los destinos nacionales de la patria.

Haile Selassie no ha sido de esos.



Publicado en el periódico diario La VanguardiaBarcelona24 de diciembre de 1960
Gentileza de la oficina del EABIC en Argentina