La Nación - 30 de Junio de 1936 |
Especial de La Nación
Ginebra. 29.- En vísperas de la reunión de la Asamblea de la Sociedad de las Naciones, cuya convocación se debe a la iniciativa argentina, y presentes en Ginebra los ministros de Relaciones Exteriores de las potencias y M. León Blum...
... los círculos internacionales ofrecen un ambiente de curiosa e inquieta expectativa, relacionada sobre todo con la nota presentada por la Argentina el 2 del actual, pidiendo la reapertura de la Asamblea. Ella se inspira en las ideas expresadas en diversas asambleas concernientes a una democratización de las funciones de que se halla investido el Consejo de la Sociedad de las Naciones y en el convencimiento de que todos los estados miembros de la entidad ginebrina, constituida sobre la base de la igualdad, han de tener la ocasión de estudiar los problemas de tan grande importancia con respecto a la situación internacional, como son los resultantes del conflicto africano. Y les tocará asimismo asumir las responsabilidades y expresar su opinión sobre la conducta a seguir conforme al pacto de la Sociedad de las Naciones.
Pues bien; la democratización no es muy del agrado de las grandes potencias. Pero la Sociedad de las Naciones, mientras aun subsiste, comprende a más de cincuenta países, y entre ellos sólo hay cuatro o cinco grandes potencias. El mundo tiene derecho a saber de qué se trata, y a que se aclare de una vez la situación. Es el derecho que emana de las obligaciones dentro del cuadro del pacto. La actitud de la Asamblea frente a las grandes potencias bien puede ilustrarse con la fábula de Pestalozzi: Declaró la montaña al llano: "Yo soy más que tú: yo soy la montaña", y el llano le contestó: "Te equivocas, yo soy el todo y tu no eres más que la excepción".
Las grandes potencias están, desde luego, en condiciones de reaccionar con más vigor que las montañas en el llano de la Asamblea, pero contra las sierras de los grandes países de Europa todo un continente exige hoy el reconocimiento de un nuevo derecho, y se propone proclamarlo una vez más. Para ello, el procedimiento, aunque de importancia, es sólo secundario. No se necesitan proyectos para enunciar la doctrina de la validez americana ya conocida. Naturalmente, eso no es del agrado europeo, pero tampoco lo eran las sanciones, a las cuales la América latina debió adherirse, aun cuando Mr. Baldwin, en el fondo, no pensaba insistir en su eficacia, ni M. Laval en abandonar los acuerdos de Roma. Las sanciones hubieran podido tener eficacia máxima, pero han sido las grandes potencias de Europa las que perdieron el tiempo con el expedienteo del procedimiento. Hoy le interesa a América saber qué es lo que subsiste del pacto de Ginebra. Al efecto, ni siquiera las montañas son una excepción. Si hay algo excepcional es la presente situación del mundo provocada por ellas.
Julio Heller
Publicado en el periódico diario La Nación, Buenos Aires, 30 de junio de 1936
Gentileza de la oficina del EABIC en Argentina